“Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca.
Mi ser se gloría en el Señor, que los humildes lo oigan y se alegren.
Engrandezcan conmigo al Señor, ensalcemos juntos su nombre.
Busqué al Señor y el me respondió, me libró de todos mis temores.
Miren hacia él: quedarán radiantes, y la vergüenza no cubrirá sus rostros.
Cuando el humilde invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de todas sus angustias.
El ángel del Señor viene a acampar en torno a sus fieles y los protege.
Gusten y vean que bueno es el Señor,
Dichoso el hombre que se refugia en él.
Respeten al Señor todos sus devotos, que nada les falta a quienes lo respetan.
Los ricos se arruinan y pasan hambre,
Pero los que buscan al Señor no les falta nada”. (Sal. 34, 2- 11).
TAS
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