“Ya sé, Señor, que el hombre no es dueño de su camino,
y que el peregrino no puede fijar su ruta.
Corrígeme, Señor, con medida,
no con ira pues me harías perecer.
Derrama tu furor sobre las naciones que no te conocen,
sobre los pueblos que no invocan tu nombre”. (Jer. 10, 23-25ª).
TAS
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