Nacemos y somos ciegos, sordos y mudos,
el Señor lo quiere así, lo permite así,
hasta que sabemos de su existencia,
mediante la cual nos invita e incita,
a conocerle, amarle, buscarle seguirle y servirle.
Y, con la luz de Cristo,
nos regala la vista para ver su realidad y su verdad,
el oído para escucharle,
el habla para alabarlo, bendecirlo, adorarlo, glorificarlo
y darle infinitas gracias por esa nueva vida en Él,
así seguirle y servirle con alegría, amor y paz, aún en el sufrimiento.
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